viernes, mayo 12, 2006

La vida es bella

Ella no aspiraba a enamorarse de él. Al menos intentaría no hacerlo. Era una simple cuestión de salud. Si ocurría, si dejaba crecer lo que hasta el momento no era más grande que una semilla, si dejaba que aquel sentimiento enraizara en su corazón, el sufrimiento estaba garantizado. Por qué. También esto era un simple cuestión: él nunca sentiría lo mismo por ella.
Con todo, no podía evitarlo. Lo observaba siempre con el rabillo del ojo, y un escalofrío recorría su cuerpo cuando él pasaba cerca. Tenía la sonrisa y la mirada más bonitas del mundo; y aquello la martirizaba constantemente. Cada día más. Y por más que luchaba, por más que se repetía cada mañana frente al espejo, olvidate, esto es una locura. La presencia del joven arruinaba cualquier convicción. Estaba atrapada. Ya no hay escapatoria. Te has enamorado, se dijo.
Para colmo. Él no sólo era atractivo, sino la mejor persona del mundo. Atento, simpático, siempre de buen humor, siempre con un gesto amable en la cara... Qué martirio, cuando por cuestiones de trabajo tenían que viajar juntos o acudir juntos a algún acto, y él, sin saber o sabiendo, la rodeaba con su brazo o le acariciaba la cara fugazmente. Sí, todo eso hacía. Y en algún momento la joven enamorada llegó a pensar que él podría sentir algo por ella. Pero no. No era posible. No te engañes, al menos.
En todo esto pensaba una tarde, en uno de los pocos momentos libres que el trabajo le dejaba. Escuchaba algo de música y tenía la imagen del joven revoleteándole por la cabeza. Hacía unas horas que lo había visto; y ahora, con el embrujo de la canción, imaginaba que se encontraban en un ambiente más festivo que el habitual, y que con esa música de fondo (escuchaba un éxito de Manolo García) él se acercaba a ella, le sonreía, y le decía que sí, que también sentía lo mismo. Que quería intentarlo. Bonita fantasía...
Aquello ocurrió un lunes. El martes, la historia se repetía. Debían ir juntos a un pueblo cercano a buscar a un nuevo cliente para sus jefes. En el coche, ella dejó caer su brazo izquierdo sobre el asiento, y casi podía sentir el tacto de él, que cambiaba de marchas, y mantenía su mano ahí todo el tiempo, muy cerca. Una de esas caricias que no llegan a ser reales pero que se sienten como si lo fueran.
Abandona por un instante su postura, y sin perder de vista la carretera, enciende la radio. Voy a poner un poco de música, dice él, y le sonríe una vez más. Bien. Durante un segundo busca una determinada pista en un determinado disco. Et voilá... Manolo García se hace con el protagonismo del coche. La canción que suena, cómo no, la misma con la que ella había fantaseado.
Te gusta?
Sí, responde tímidamente. Por un segundo dudó si contarle algo. No todo, pero al menos darle una pista.
Optó por guardar silencio y disfrutar de la canción.
Sabía que aquella mágica coincidencia era lo más que podía obtener de él. Aquel vínculo invisible que sintió que los unía era suficiente. Suficientemente especial como para renunciar del todo al resto. No se sentía triste. Todo lo contrario, fue como una inyección de energía positiva. Nunca había sido tan feliz, nunca se había sentido tan viva como en aquellos minutos que duró la canción. Sonrió para sus adentros, pensando que efectivamente había algo entre los dos, aunque ese algo no encontrara nunca una forma terrenal para materializarse.
Era una manera de amar al fin y al cabo.
Cuando la canción se fue apagando, él se giró hacia ella y le acarició levemente la mejilla, luego siguió concentrado en la carretera contándole lo mucho que le gustaba García en concierto. Su entrega es total, dijo, volviendo a mirarla como solo él hacía, directamente a los ojos. Con un brillo escondido que ella intuía o imaginaba.
Quizás no todo estaba perdido, se dijo. Quizás las señales existen de verdad.

1 comentario:

Anónimo dijo...

"Polvo y alas rotas en el temblor de una partícula de nada... ¿Por qué si no me perteneces pienso en tí? ¿Por qué si no habitamos multitudes me dejas solo? ¿Por qué si no te pertenezco estás en mí?