viernes, septiembre 24, 2010

El yo que se pierde

Demasiadas veces, quizá. Demasiadas veces me he amparado en las palabras, en los escritos de otros. Quizá.

Rafael Argullol habla hoy en una entrevista publicada en El País del "yo que se pierde". Y aunque confieso que nunca había oído hablar nada de este autor (mea culpa), sus palabras han captado mi atención en cuanto las he apenas leído. La pérdida del yo es constante. I guess. "Es tanto lo que se pierde", resume Mr. Marías.

Y hay tardes, casi siempre de otoño, casi siempre lluviosas, casi siempre en blanco y negro, en las que pareciera que uno, haciendo un esfuerzo sobre humano, hiciera un alto para rescatar todos esos 'yo' perdidos. Cadáveres de lo que nunca seremos, ni serán otros a nuestro lado. Cuerpos que nunca tuvieron vida. Fantasmas sin pasado. Semillas sin futuro. Tardes de canciones tristes, de voces apagadas. Tardes como esta en las que uno se sienta a contemplar todas sus vidas rotas, interrumpidas, perdidas en una calle sin salida. Y entonces nuestra existencia, la que por ¿azar? fue, no tiene otra que despojarse de sus habituales ropajes y vestirse, entera y por dentro, de negro. Un luto oculto a las miradas. Un luto interior. Callado. Invisible. Íntimo. Exclusivo. Un dolor que se pierde. También él.

miércoles, septiembre 22, 2010

Luz de otoño

Fue tantas cosas. Fue tantas personas, que todos, bajo la luz de otoño, creyeron estar en el entierro equivocado.

miércoles, julio 28, 2010

Música y crepúsculo

El tiempo es un don para los lectores. Eso he pensado esta mañana, al darme cuenta de que podría dedicarla entera, si quisiera, a leer. Uno de los momentos más exquisitos de la vida de pueblo vacacional es terminar el libro que traía de Huelva y verme en situación de tener que elegir un nuevo título de la biblioteca de casa... Vas repasando lomo a lomo los diferentes ejemplares, colocaditos (y desordenados por la mano de mi sobrina) en la librería Ikea y de repente te das de bruces con un título olvidado. Un libro que compraste hace ya muchos años y que aunque te ha acompañado siempre como parte de tu colección privada (todavía) no habías tenido oportunidad de leer. Lo coges y sabes que, aunque es tuyo desde 1999 (abril), es ahora cuando lo leerás. Los libros son así, algunos inmediatos, otros nos acompañan durante mucho tiempo como lecturas potenciales hasta que llega el momento. Son libros que nos han estado esperando, pacientes, hasta el día en que al fin sentimos que es el momento de leerlos. Con Gabriel García Márquez es ya la segunda vez que me sucede, tras la deliciosa lectura estival (qué horas más placenteras) de Cien años de soledad, ayer mismo, cinco minutos antes de salir para la piscina pillé sin ningún tipo de vacilación, en cuanto me di de bruces con él, El coronel no tiene quien le escriba. Y cuando en las primeras páginas me encontré con: "el coronel no había hecho nada distinto de esperar. Octubre era una de las pocas cosas que llegaban", supe que amaría este libro.

Y sin embargo, no era de El coronel... del que quería hablar en este post, sino de ese libro mencionado que ha viajado en la maleta conmigo desde Huelva y que finalicé en menos tiempo del que me hubiera gustado. Los Nocturnos de Kazuo Ishiguro (japonés de nacimiento, pero criado en Inglaterra) me han impresionado. Son cinco historias de música y crepúculo, como reza a modo de subtítulo en la portada del libro, perfectamente construidas. Con personajes sorprendentes pero a los que llegas a amar en tan sólo unas pocas páginas. Con un hilo musical siempre de fondo, cada uno de estos relatos comparten un territorio (el de la negra espalda del tiempo) y al mismo tiempo nada tienen que ver. Hay humor, hay desolación, tristeza, nostalgia, música por supuesto, y el sabor agridulce de la buena literatura, que te desgarra, que lo mueve todo, que te cambia, que es dolorosa, pero irremediablemente, placentera a la vez.

Los comienzos, las primerísimas frases de cada uno de los cinco relatos, abren un camino que te arrastran, sin que oposición alguna sea posible, a la lectura. Pero sin saber por qué, sin que ni siquiera tenga mucho sentido para mí, en medio del último relato me encontré una frase que me golpeó fuerte, de las que no se me van de la cabeza. "Cómo los amigos del alma de hoy son mañana personas extrañas perdidas, dispersas por Europa, que tocan el tema de El padrino o 'Las hojas muertas' en plazas y cafés que no visitaremos nunca."

A pesar de mi plan de ahorro, me alegro muchísimo de haber caído en la tentación de comprarme este libro del que leí algo en Elpais.com y por el que sentía una gran curiosidad, ahora satisfecha. Creo que volveré a releerlo en cuanto tenga oportunidad, pues todavía tengo mucho que descubrir en esta obra. Estoy segura.

Quienes estén interesados en pasar un buen rato, busquen el título en las librerías. No se arrepentirán.

Bonnus track.

lunes, julio 26, 2010

There's no place like home

Todavía hay una pregunta sin respuesta. Bueno hay muchas, pero ésta parece encerrarlas todas, resumirlas todas. Todavía hay una pregunta ante la que no hay qué decir, por más recurrente que sea, por más que uno la plantee año tras año. No hay palabras con las que comenzar ningún discurso que arroje algo de luz a estos días de verano, a estos días de vida de pueblo, a estas mañanas, tardes, noches y madrugadas aznalcolleras. ¿Qué tiene aquí el verano? ¿Qué me trae? ¿Qué me devuelve? ¿Qué me roba? ¿Qué me enseña?



Las letras de Francisco Nixon, a este lado de la ventana, contrastan con las voces vecinas del otro lado.

miércoles, julio 14, 2010

París es siempre una buena idea

Eso mismo le dice Julia Ormond a Harrison Ford en la entretenida Sabrina (remake de aquella otra mítica protagonizada por Audrey Hepburn y Humphrey Bogart), que París es siempre una buena idea.

Pude ver la película en una tarde tranquila de sofá con mi madre que disfrutaba del film tanto como yo. Nos encanta el género. Y aunque versión, la Sabrina de Sydney Pollack conserva el viejo encanto del cine en blanco y negro, de la vieja gloria de Hollywood, definitivamente perdida [eso dicen]. Y desde entonces vengo arrastrando la frase conmigo. Se coló en el maletero de mi skodi sin que me diera cuenta y me siguió hasta casa. Tomó el ascensor, aprovechó un descuido para meterse en mi apartamento y se instaló sin pudor alguno en el sofá orejero verde botella de Ikea que preside el salón. Y yo, tonta de mí, no la he visto hasta hace tan sólo un rato, cuando he abierto de par en par el balcón [a pesar de los mosquitos choqueros] y la luz de julio de esta Huelva mía, nuestra, me ha golpeado.

Llegué a esta ciudad en este mismo mes del año 2004, convencida, entonces, de que sólo me quedaría tres meses... Y paradógicamente lo que más recuerdo de aquellos días en los que llegaba a Huelva es lo presente, lo nítido que tenía mi recuerdo de París. Es cuando te marchas, cuando verdaderamente París te inunda, te posee, se apodera de ti. Cuando más transparente se muestra, cuando más clara, más sincera. Es una condena, una lástima, un castigo que sólo lejos de París empieces a comprender París.

Ahora me toca convivir un tiempo con esta frase. 'París es siempre una buena idea'. No sé cuánto tiempo querrá quedarse. Quizá no se marche nunca y me acompañe siempre para recordarme que soy una expulsada, que vago por una negra espalda parisina, de las que, ya lo sabemos, no escapa nadie.

Hoy París duele.

jueves, julio 08, 2010

El existencialismo, primero en Fox

A Pedro, por guiarme en la senda Lostie.

"Duramos menos que nuestras intenciones", podría recordarle Javier Marías a J.J. Abrams o simplemente podría leer éste último en la Negra espalda del tiempo del primero, si es que, ¡oh, dichosa fortuna!, no lo ha hecho ya. Lost, Perdidos, ha llevado las series de televisión a una nueva dimensión (perdón por tan chocante pareado). Y de paso, ha cogido por las orejas al espectador y se lo ha llevado consigo. Nuestras vidas, las de aquellos que hemos disfrutado con cada capítulo de esta serie, no han vuelto a ser las mismas (aunque algunos ni siquiera lo sepan). Nuestra percepción del tiempo, del espacio, de la amistad, del amor, del mal, de la heroicidad y del sacrificio, nuestra percepción de la vida, y (exclamación) de nosotros mismos, de nuestras existencias, ha cambiado. Y lo ha hecho para siempre.

Hará tres semanas, puede que alguna más, estuve más de una hora al teléfono hablando con un amigo sobre todas las posibilidades lost. Sobre todos los destinos a los que parece habernos llevado, pero también sobre todos los viajes que nos ha propuesto. Algunos realizados, otros (y depende de nosotros) por realizar. Lo que irremediablemente me lleva a reflexionar sobre, más allá de Lost, las series de televisión (show tv) como género.

Si, pongamos, a partir del siglo XVII, con el bueno de Cervantes, la novela se ocupa del ser ya olvidado por las ciencias y la filosofía (Milan Kundera dixit) y es la más pura y absoluta ficción la que se ocupa de las grandes cuestiones existenciales, de los grandes interrogantes, parece que en el siglo XXI, con la inevitable e incuestionable revolución televisiva y tecnológica (no hay que olvidar que Internet impone nuevos hábitos de consumo de cine, música y televisión -y de todo en general- y eso está modificando el producto), son las series para televisión las que han tomado el relevo. Permítanme que al clarísimo y valiosísimo ejemplo de Lost añada el de otras perlas como Fringe o Dexter (probablemente haya más, no las veo todas), claros referentes del existencialismo actual.

No soy nadie para hablar de esto. Sólo estoy generando ruido a través de este blog, pero quienes hayan tenido la fortuna de ver The Constant (4ª temporada Lost) o White tulip (Fringe) sabrá, con toda seguridad, a qué me refiero.


pd. Es maravilloso volver a escribir.

miércoles, julio 07, 2010

Con final

No puedo evitar el guiño al título de mi anterior post aunque nada tuviera éste que ver con fútbol. Al final, habrá final. España se impone a Alemania y hace historia.

Confieso que, aunque mi afición por el deporte rey es normalmente mínima, estoy disfrutando con este Mundial como no esperaba hacerlo. Disfrutando no sólo con las victorias y el juego de los chicos de la Roja, también, y especialmente, con el ritual en torno a cada partido de nuestra Selección, con los nervios compartidos, con la ilusión compartida.

El domingo haré noche en el pueblo para ver la final con mi familia. Creo que le traemos suerte a España.