lunes, agosto 07, 2006

La becaria y el archivero

En la pequeña habitación que ejercía de Archivo, el enorme cadáver parecía más que nunca un ser grotesco, como un peluche gigante, de esos que tocan en las ferias y que obligan a uno a pasearse con cara de imbécil por todo el recinto.
En aquella postura, con la espalda apoyada en una de las estanterías, las piernas estiradas y ligeramente abiertas, y todo el cuerpo un tanto inclinado hacia la derecha, parecía un borracho de vino tinto durmiendo el último empache. Solo un hilo de sangre delator que se deslizaba desde la boca hasta la garganta hacía pensar en la muerte.

Está muerto, dijo de repente una voz a sus espaldas.
El archivero se giró y miró seriamente a la becaria. Hacía a penas unas semanas que había llegado a la redacción de aquel periodicucho y ya se tomaba la licencia de colarse en su territorio, sin ni siquiera llamar a la puerta. ¿Cómo iba a permitir eso?
¿Qué haces tú aquí?, preguntó hostil, tanto que la joven retrocedió unos pasos. No hubo respuesta. La niña miró de nuevo al muerto, con el terror en sus ojos. Pero qué haces, no te conviene asustarla, cayó en la cuenta de repente. Ya lo ha visto. Ha visto el cuerpo. Pensará que has sido tú, y saldrá corriendo a avisar al resto. Estarás en la calle en menos de un segundo. ¿En la calle? ¿Qué dices? Te mandarán a prisión.
Un sudor frío apareció en la frente del responsable de Archivo. No es lo que parece, murmuró, sin saber muy bien cómo iba a demostrarlo.
La becaria volvió a mirar el cuerpo y recordó su primer día de trabajo. Aquel hombre que ahora parecía indefenso le había gritado, insultado; se había burlado de su trabajo, de su forma de escribir. Y a plena voz, para que todo el mundo pudiera enterarse. Desde entonces, un día tras otro de humillaciones; cada vez más crueles. Y así, tres semanas completas, mañana y tarde, con sus noches en vela, de tanto llanto. Para colmo, fingiendo frente a sus padres que estaba contenta con sus prácticas. Ellos estaban tan orgullosos.
No he sido yo, lo he encontrado…
No me interesa
, dijo de repente la joven, con una voz firme que sorprendió al archivero.
Este muro es ancho, ¿no?, preguntó sin ninguna expresión en su rostro. Regresaré esta noche, trae un buen pico y un poco de cemento, y mientras tanto asegurate de que no entra nadie en esta habitación. Luego regresó a su asiento, y con una sonrisa empezó a escribir.
Aquella tarde, todo el mundo la felicitó por su reportaje.