miércoles, mayo 23, 2007

Vamonos pal Rocío, cariño mío

Efectivamente, esta semana la capital parece despertar de su habitual letargo. Se pone los volantes, se coloca las flores y se echa a la calle.
La Hermandad de Emigrantes me sorprendió ayer en su paso por mi Plaza Niña. El simpecado tiraba con velocidad de los romeros que gritaban sin parar, ¡Viva la Virgen del Rocío! ¡Viva la Virgen del Rocío!

Yo, que también me dedico a matar demonios (los míos propios, claro), me fui detrás de ellos cual rata encantada en Hamelín. Y no piensen que este desagradable símil es gratuito, porque ahora iba a contarles que siento una especial debilidad por el sonido del tambor y la flauta rociera. Me encanta, confieso. Supongo que es común a todas las romerías, y siempre que escucho este sonido me traslado en un segundo (ay, el tiempo que maravillosamente maleable es) al camino que alguien trazó entre Aznalcóllar y Garci Bravo.
En fin, sé que es poco glamuroso, poco cool, algo hortera, etc. Pero bueno, si Javier Marías reivindica su derecho a ser literato y futbolero, sin que lo segundo cuestione lo primero. Yo reivindico, aquí y ahora, mi derecho a saar a flote mi lado más folclórico. Tocotó, o debería decir, OLÉ!
Me estoy dispersando; yo quería hablarles del Rocío, de la Hermandad de Emigrantes y para concluir de una de las cosas que hay que hacer antes de morir (además de viajar a Venecia, que diría Marías). Que los dioses me perdonen, pero si tienen la oportunidad alguna vez, no duden en participar en una romería. No digo ya la del Rocío, sirve (a veces, es incluso mejor) la de algún pueblo pequeño. Dejen que les expliquen el motivo de ese camino; creanse la leyenda; emocionense ante la imagen, aunque sea la primera vez que la contemplan, o precisamente por eso. Cumplan con las tradiciones de las gentes de ese lugar: cada parada, los irreales bautizos... Beban en vasos de cuestionable limpieza y coman aquello que unos desconocidos de otro carro o chiringuito les ofrecen.
Quizá sus vidas no cambien drásticamente, pero formarán parte del mundo un poquito más.


Para que nadie tenga excusas, sirva este post como invitación forma a la Romería de Fuente Clara. Ya saben dónde, ya saben por quién han de preguntar.
Hasta el próximo terremoto.

2 comentarios:

Cecilia dijo...

Nada de avergonzarse por ser folclórica o adicta a las romerías. ¿Por qué no se puede conjugar el amor a las tradiciones con una mentalidad abierta? Suena a incongruencia, pero ¿quién diría que a esta pecadora se le caen dos lagrimones cuando ve un paso de Semana Santa? Sí, el ser humano es raro (ya lo decían aquellos muchachos cantantes que sólo tuvieron éxito con el Chuchuchuchuchuchuchuuuuu). ¿Y qué? En mi pueblo es el Valme, al que también estáis todos invitados. ;)

Anónimo dijo...

qué guayyyyy