viernes, diciembre 01, 2006

Del dolor y otros demonios

Era mi dolor tan alto que la puerta de la casa de donde salí llorando, me llegaba a la cintura.
Manuel Altolaguirre no es uno de los poetas más apreciados y recordados de la Generación del 27, es lo que tiene haber coincidido con Cernuda, o con García Lorca, con Alberti o Aleixandre… pero a mí me conquisto, con estos versos. Tan sencillos, tan directos, tan claros. El dolor es a veces así: alto, grande, grueso como una enorme burbuja que nos engulle y de las que no se rompen con el simple pinchazo de una aguja.

… Sintiendo una honda oquedad tan fiel a tu presencia, que más que ausencia un alma parecía… Estos también son suyos.

El sufrimiento forma parte de la vida. Nos hace crecer como personas. Nos hace más fuertes. Lo que no mata, engorda (esto es del refranero, no del poeta). Pero también deja sombras en la mirada, gritos en el cajón, lágrimas en los cuadernos, pequeñas canicas de hormigón en los bolsillos, que hacen que nuestro caminar sea lento, pesante, como si anduviéramos por el fondo del mar… Me da miedo tener la certeza de que la vida no es una telenovela, que resuelve todos nuestros problemas en dos capítulos finales. Que las historias se acaban, que hay cosas que, efectivamente, no se recuperan.
Pero llegan otras. Otras historias, otras canciones, otras miradas, otras caricias, otras noches igual de buenas, o mejores aún. Dejamos siempre un hueco para el milagro de la primavera, para el resurgir del ave fénix, para sentarnos en el umbral de casa a sentir el aire fresco de la noche y a esperar a la felicidad, que vuelve a pasar por la puerta de casa (ya lo advertí).
Y los retazos de cielo azul oscuro, casi negro al fondo del cajón, permanecerán ahí para recordarnos que es posible salir de todo.

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