martes, julio 11, 2006

Sin título (por el momento)

Lucas observó el juego de luces del Polo Químico y volvió a sentir que algo se volcaba en su interior. Había algo escondido en aquel horizonte de luciérnagas de chatarra que lo inquietaba y atraía a la vez. Había paz y guerra, tranquilidad y desasosiego en aquel paisaje en el que el constante vapor de agua suavizaba las luces de color amarillo, muy brillantes. Había regresado a la ciudad atraído por una fuerza que ni él mismo era capaz de comprender, y ahora, asomado a la ventana de aquella diminuta pensión de la plaza Niña, entendió que todo estaba allí, frente a sus ojos. En el Polo Químico de aquella Huelva, infierno y paraíso, puerta del bien y del mal.

A su derecha, la Ría asistía en silencio a su propia destrucción. El Muelle del Tinto extendía su brazo hasta el centro del agua.

El joven agudizó la vista, y descubrió entre la madera a una mujer. Una figura quieta, pequeña desde su perspectiva. No había duda, era ella. Sólo podía ser ella. Lucas forzó sus sentidos desde la ventana de la plaza Niña y se encontró con el rostro oriental de Asia, mirándolo desde lejos.

1 comentario:

Zarzamora dijo...

¿Y qué más?...