sábado, junio 17, 2006

La suma más difícil del mundo*

Un Rey Mago me dejó este año, junto a mis zapatos (eternamente sucios) un libro de Jorge Bucay: Déjame que te cuente.
Bien, déjenme que les cuente que uno de los relatos es el de un viajero que llega a una ciudad, y acude, maravillado por lo cuidado del lugar, al cementerio. Es hermoso, de hierba verde y altos árboles, como los de Estocolmo. Sin embargo, unas terribles cifras empiezan a bailar en la mente de este caminante insaciable. Va fijándose una tras otra en las lápidas y en todas los números son similares. Terribles. Tres años y cinco meses; Siete años; Once años, el que más; dos años, seis meses y cuatro días...
No puede ser, se dice.
Qué no puede ser, pregunta una voz a sus espaldas. Es el encargado del campo santo.
Qué gran desgracia reace sobre esta ciudad para que todos sus pequeños mueran. El otro hombre, de mirada serena, sonrió con cierto misterio. Luego con voz suave explica al forastero que No hay desgracia alguna.
"Cada habitante lleva siempre consigo un pequeño cuaderno en el que
va sumando, sin distracción, los días, meses o años que realmente ha
vivido. Días para reír, amar, llorar, jugar, descansar, estar en paz con la
naturaleza... Tiempo para saborear el verdadero encanto de estar vivo. El
resultado de esa suma es lo que usted ha visto, alarmado, en cada lápida".
La historia es algo ñoña, pero quién de nosotros no ha echado sus propias cuentas, si no explicitamente en un cuaderno de Jordi Labanda, al menos sí mentalmente.
Yo, en esta complicada suma, añadí el miércoles un día más.
Un día perfecto con muchos contrastes: con tormenta y con paz, con nostalgia y ternura, con pensamientos que iban y venían, con ideas aireadas, con verde hiedra y azul cielo.
Al final de la tarde, mientras contemplaba el juego de luces sobre la fachada del Real Alcázar, sentada en el suelo, en compañía de los mejores amigos, con una brisa justa (ni más ni menos) meciendo el instante, pensé (y supongo que también sonará ñoño) que difícilmente en el mundo pudiera haber otra persona que estuviera experimentando tanta felicidad. Hacía tiempo que no me sentía tan bien...
Ahora, repasando mi suma (no quiero dejarme ni un sólo día atrás), me doy cuenta de que hay un grupo de sumandos que se repite. Estas constantes tienen nombres, cantan coplas y escriben cuentos, pestañean como Ana Belén y dan lecciones de buen trabajo y de entrega al prójimo, saben de leyes y de física, de plantas y de miel, e incluso pueden tener un acento diferente... No sé en qué parte leí o escuché que debe ser maravilloso que toda tu felicidad dependa de una sola persona. Por fortuna, la mía depende no de una, ni de dos, ni siquiera de tres... y eso es aún mejor.
*Este es el título de un libro de Alfaguara juvenil que recuerdo alegremente. Es uno de esos libros en los que los niños consiguen revolucionar el mundo de los adultos, algo que ni por asomo, sucede en la realidad. Si algún día lo ven por ahí, no duden en comprarselo a sus hijos. Les gustará.

1 comentario:

Zarzamora dijo...

Como me ha alegrado este post, Patriice, ni te imaginas. Ya te echábamos de menos y viendo las energías renovadas que muestras, voy a ir preparándome para abrir con ansia tu blog a diario, pues auguro el regalo de maravillosos momentos. También el miércoles para mí fue perfecto ;-)