domingo, junio 18, 2006

Un cuento de hadas

En un lugar del mundo. Año 2015


Compatriotas todos! Soy tan feliz.
Uno de vosotros en una de las últimas cartas que he recibido, y que cada semana recibo con puntual amor, me pide que relate, por fin, la historia de cómo llegué hasta donde ahora me encuentro. Bien, supongo que ha llegado la hora de hacerlo, de explicar cómo un bolígrafo cambió mi vida para siempre.
La historia comienza un domingo cualquiera de junio con la puerta de un apartamento entre abierta. Una suerte de extraña despedida que no es tal. Un hombre a punto de marcharse, con la ilusión de un regreso. Y antes, el inesperado regalo. La sorpresa. El recuerdo. El souvenir. El bolígrafo perfecto. Music Life Liberty. Llegado desde NY con amor. Solo para mí.
Cientos de folios fueron escritos con la maravillosa tinta líquida negra del invento más esperanzador de la historia del mundo. Imaginénse cuantos relatos han sido escritos, cuantos tratados de paz han sido firmados, cuantas cartas a los Reyes Magos... cuantas cartas a los seres queridos, cuantas despedidas, cuantas promesas, cuantos votos, cuanta entrega en trazos de oscura o clara tinta.
Al cabo de los años, mi bolígrafo-regalo fue a parar a una preciada taza donde lo contemplaba en el escritorio día tras día, en compañía de otros tesoros, ya sin la poción que corría por su interior, pero conservando la misma magia. Mi particular varita.
No fueron tiempos fáciles aquellos. Fueron días complicados, de lágrimas saladas y ojos ya secos de tanto llanto. De soledad sonora. De saltos al vacío. De suicidios periodísticos más que justificados... de esperar la muerte, por duro que resulte escribirlo ahora.
Y así, hundida en mi propia oscuridad, egoísta y caprichosa por mi propio dolor, convertida ya en cucaracha, al fin, un día NO vi amanecer. Dormí profundamente durante toda la noche. Tanto que desperté cansada de permanecer en la cama, tanto que decidí que nunca más volvería a sentirme como lo había hecho. Tan cansada que jamás había tenido tantas ganas de vivir.
Y en esa texitura, un fuerte aire que entró por la ventana revolvió todos los papeles de mi dormitorio y así permanecieron libres durante unos minutos, como en aquella escena de American Beuty, aquella de las famosas bolsas de plástico y hojas secas a merced de Céfiro, hasta que entré a formar parte de su danza, y bailándo al compás, los fui recogiendo y reordenando sobre la mesa. Con tan mala (o buena) fortuna que golpeé mi taza y todos los bolígrafos quedaron esparcidos también por el suelo del dormitorio.
Allí estaba de nuevo. Music Life Liberty. Como una llamada, como una invitación que no hacía más que repetir mi nombre... En ese instante, tomé mi vieja varita y recordé la escena en que me fue entregada. La puerta entre abierta del apartamento, un domingo cualquiera, el hombre que prometía regresar con una sonrisa mientras tomaba el ascensor... Fue fulminante. Recordé también lo que a modo de broma dije en aquel momento, pero que de repente, mientras recogía todos mis papeles con la miseria marchándose (todavía cerca) no era en modo alguno una diversión, sino una profecía.
Pensaréis que exagero, queridos míos, estoy segura de ello. Pero fue así. Así fue como viene a parar a este rincón, a este paraÍso perdido...
¿Que cómo es esto? Recuerdan aquella película, Mediterráneo, la del grupo de hombres que se deja llevar por las casas encaladas y las ventanas pintadas de luz, por una luz que ni el mismo Sorolla hubiera podido soñar... Pues algo parecido, quizás con más árboles, más vegetación, pero el ambiente que se respira es el mismo. Ni uno sólo de los 364 días que llevo aquí (casi un año, cómo pasa el tiempo) ha variado.
Cada mañana me despierto contemplando el mar, tranquilo, muy azul, pocas veces enfurecido y verde. Salgo de casa y camino, disfrutando de las dos calles que tengo que a travesar hasta llegar a la plaza donde abrí hace once meses una modesta papelería. Disfruto ordenando los lápices de colores y con el olor que desprenden los cuadernos de Jordi Labanda, todavía por estrenar.
Al final de la tarde regreso a casa y encuentro vuestras cartas sobre la mesa de hierro del jardín. Las leo una y otra vez con devoción, y me río de vuestras ocurrencias, me emociono con vuestra felicidad y añoro vuestras visitas y mi regreso (aún no sé cuándo, quizás no falte mucho). A veces, me entristece no estar ahí con vosotros. Y la nostalgia llama a mi puerta y nubla las diáfanas puestas de sol. Pero siempre estoy salvada. Cuando esto ocurre. Lucas aparece y me abraza. Me rodea con sus brazos y me susurra con cierta melodía en la voz No temas, siempre hay un regreso...
Y así es, mientras tanto, recibid un fuerte abrazo y besos de columpio.
Patriice

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