lunes, junio 26, 2006

Hay tareas de las que no podemos prescindir. Están ahí. En un trozo de papel a cuadritos, desgajado de algún cuaderno... Quizás estratégicamente colocado en la puerta del frigorífico de la cocina gracias al poder del iman para que podamos ver la caligrafía algo infantil que nos recuerda un día tras otro que todavía hay algo pendiente. Que hay una minúscula sombra que oscurece nuestras horas de sueño.
No, hay destinos de los que uno no puede escapar. Hay post que no pueden evitarse.

Fue a principios del mes de junio, cuando, a propósito de la crónica anunciada que fue la muerte de Rocío Jurado, escribí algo sobre nuestras formas de abandonar este mundo. Mi tardanza en colgarlo en la Red hizo que decidiera renunciar a hacerlo. Sin embargo, estos días atrás he reflexionado que en un blog como este, que en esta negra espalda del tiempo, el concepto de actualidad es absurdo. Precisamente lo que caracteriza a este desierto es la ausencia de... De todo: segundos, horas, minutos, años y siglos, también. Para colmo, hace una semana retomé, sin ninguna intención más que la de terminarlo, mi lectura de 'Las intermitencias de la muerte'. Lo último que tengo por casa de Saramago, por lo que el tema de la muerte regresó a mi vida (lo digo para aquellos colegas a los que no haya convencido con la idea de la atemporalidad del blog).
Así pues, helo aquí.


Otoño en primavera*

Con esto de asistir a su muerte en directo (la de Rocío Jurado), la otra noche intenté imaginar qué pensaría yo si supiera que voy a morir. Que voy a morir en breve; que ya no hay tregua para mi cuerpo; que el final está cerca. Obviamente mi esfuerzo fue inútil. No pude imaginar, ni por asomo, lo que la más grande podría estar pensando, por ejemplo, en esa última imagen que los medios ofrecieron. Con esa extrema delgadez, tan contraria a ella; con aquel chandal verde agua, ya para siempre presente en nuestras memorias. A pesar de todo ella sonríe y saluda a la prensa... Sin embargo yo no puedo evitar imaginar una voz en su interior que le repite una y otra vez sin descanso "este es el final, este es tu final". Hay certezas que sólo se tienen una vez en la vida, aquella era la última vez, y ella lo sabía. Por eso, alargaba quizás cada gesto que repetía en los últimos tiempos. Prolongaba las sonrisas, los abrazos, retenía más tiempo del habitual a los suyos...
¿Ventaja o infortunio?
Debe ser abrumador. Debe ser larga y cansada la despedida de nuestra propia existencia. Debe ser desolador pensar y sentir (la certeza) que uno no va a volver a... cenar con la familia, pasear a solas, leer un libro, besar a la nietecilla, al esposo, acaricar al perro, comerse un bocadillo, tomarse un café a las 6.30 mientras amanece, cantar en la ducha, o pedir cinco minutitos más al despertador... ¿la próxima Navidad? No, tampoco. ¿No estaré? No estarás.
Y sin embargo, debe ser igual de desolador no saber, no tener la certeza de que el final ha llegado. De que fue absurdo decir Hasta mañana y hacer planes para el mes siguiente.
Hace más de un año vi a Ángel Serradilla salir de la redacción del periódico con un escueto adiós. Lo dijo con un acentuado tono entre burlón y chulesco, tan característico en él, que además venía a recordarnos que él se marchaba de vacaciones, y el resto no. A nosotros todavía nos esperaba el trabajo del día siguiente...
Un minuto antes de ese adiós, acababa de entregar su página terminada. Acababa de repetir el gesto que resume, como ningún otro, la cotidianidad del redactor: el punto final en la última columna, el titular cuasi perfecto, la publicidad colocada y la foto firmada... todo listo para que la mano del periodista deje caer su trabajo del día en una de las bandejas de edición. Acababa de repetir ese gesto, digo, sin saber que era el último.
Recuerdo muy bien aquella escena porque esa tarde yo pretendía salir temprano (quería ir a un partido de baloncesto) y pensé al verlo: Si Ángel se marcha, también yo puedo hacerlo, a pesar de que fuera relativamente temprano para salir y todavía la mayoría de compañeros tuvieran trabajo por delante.
Salió Serradilla por la puerta, y un par de minutos después me fuí yo, pensando en mi partido, sin intuir que aquella vez era la última. En realidad nadie lo supo. Ni siquiera él. Nadie sintió ningún pellizco en el estómago mientras lo escucharon marcharse; nadie tuvo ninguna corazonada. No hubo certezas... ninguna voz, en ningún interior susurró con voz quebrada es la última vez.
Ahora sólo nos queda juzgar qué puede ser mejor: ¿quieren despedirse o prefieren salir de este mundo pensando que volverán mañana? No sé, quizás sea más apropiado no pensar en nada... o quizás esté equivocada... quizás sí haya avisos, quizás haya señales, aunque no hayamos sido educados para verlas.
*Este es título que eligió el director de H.I. para su textillo de despedida de Serradilla en la contraportada del periódico.

4 comentarios:

Zarzamora dijo...

Tengo que decirte que no he terminado de leer este post. Me he quedado en: "Debe ser desolador pensar y sentir (la certeza) que uno no va a volver a... cenar con la familia, pasear a solas, leer un libro..." Es un tema al que he renunciado, no quiero pensar en él. Cuando llegue, aquí estaré, basta.
Un beso y hasta el sábado

la loca de la casa dijo...

No he podido engancharme a este mensaje y, al contrario que zarzamora, lo he leído más de una vez. Supongo que es mi manera de intentar buscar consuelo ante el hecho de la muerte, de lo duro, lo desolador que resulta en ambos casos (cuando te dan y cuando no, la oportunidad de despedirte). Supongo también que me ocurre porque he vivido ambas situaciones y siempre se te queda la misma cara de imbécil, el mismo sentimiento de impotencia y absurdo, las mismas ganas de que no sea verdad... pero así es la vida y últimamente empiezo a creer que, cuanto antes asumimos todo esto, antes terminamos de crecer y madurar. Eso sí, si es que quieres claro.
Besos!!

Ra Rendón dijo...

Ha habido momentos en la vida en los que he querido ser valiente, mostrar que nada me daba miedo, ni siquiera la muerte. Pero a día de hoy ya no sé fingir que no me importa. Es más, me aterroriza.

Pienso que debe ser más dura la agonía de tener la certeza de que vas a morir, aunque para la familia sea, en parte, una forma de "acostumbrarse" a una situación verdaderamente dura.

Sin embargo, pienso que para nuestro querido Serradilla, al igual que para mis abuelos (dos trocitos de cielo llamados Antonio y María que también se dejaron la vida en un accidente de tráfico), fue "más fácil" pensar que iba a llegar a su destino, que cenaría con su familia (o que abrazarían a sus nietos al atardecer en Isla Cristina). Desolador para nosotros, pero menos espantoso para ellos, menos aterrador que la sensación de saber que morirás de forma inminente, que tener consciencia de que ya no podrás disfrutar de todo lo que te gusta...

Me has arrancado un puñado de lágrimas esta tarde, pero he de reconocer que me han sentado bien. Y te lo agradezco, porque hace tiempo que no lloro de verdad. Me refiero a algo que duela de veras. Y hace mucho, muchos años, que no escribía sobre la muerte.

Gracias, Patri. Muaks

Anónimo dijo...

Sigo teniendo ese sabor amargo de que mi última conversación larga con Serradilla fuera una bronca por lo del convenio...