viernes, octubre 12, 2007

Revelaciones

Mientras leía en el tren, mientras me disponía a disfrutar de uno de mis primeros festivos como tal, no por descanso, asunto propio o vacación, sino por, en este caso, la Hispanidad. Mientras voy dejando en el horizonte de mi ventana la la maravillosa torre con el ojo de Sauron (¡vivan las energías renovables!) retando al mismísimo sol. Mientras todo eso ocurre, aunque ya haya dejado de ocurrir, descubro con emoción que la protagonista o al menos el personaje femenino (protagonista solo hay uno y es el que narra, el que cuenta aún pensando que uno no debería contar nunca nada...) de la fascinante trilogía 'Tu rostro mañana' (Javier Marías, of course) se llama PATRICIA.
¿No es una deliciosa casualidad? Durante las dos primeras partes, al menos así lo recuerdo yo (y de algo así me acordaría) no se desvela nunca el nombre de pila de esta joven espía. El narrador, nuestro hombre, siempre se refiere a ella por sus apellidos, como Pérez Nuix. Y de repente, en la página 83 del último volumen (un tocho de 705 páginas) leo:

"Cuando un nombre femenino aparecía en nuestras conversaciones, el de Patricia Pérez Nuix era, por fuerza, el más persistente y duradero".

¿No les parece realmente maravilloso? Probablemente no. Pero a mí, el detalle, me ha llenado de optimismo los bolsillos.
Hasta el próximo terremoto.

domingo, octubre 07, 2007

El final es un beso escondido detrás de un sombrero

Es tanto lo que se pierde, dice quien ya todos saben que lo dice.
Estos días no he parado de pensar, me esfuerzo mucho en recordar a cual de mis compis becarios vi antes o en qué consistía exactamente aquella primera broma que Vicente me hizo, cuando apenas acababa de saber su nombre [me pareció toda una osadía]. Soy incapaz. Sé que aquel primer día, de aquel verano de 2004, Raquel Rendón llevaba su falda larga azul cielo, el pelo largo y sus antiguas gafas de montura ligera. Y sé, lo recuerdo, que al verla pensé [lo juro] que me llevaría bien con ella.
También recuerdo que fue en el ordenador de Montenegro donde me senté en aquella clase de iniciación al Millenium y al Arcano (no imaginábamos entonces cuanto nos llegaría a desesperar el dichoso archivo) de un Juan Aurelio aún desconocido. Recuerdo aquella suerte de primera y única reunión de primera con el dire diciéndonos que todo sería maravilloso. Recuerdo a los jefes mirándonos con media sonrisa y recuerdo lo deprisa que Ana del Rocío contestó cuando preguntaron quién quería irse a Deportes.
Siempre me ha gustado pensar que aquella quinta de becarios fue de lo mejorcito que pasó por Huelva Información (disculpen la falta de modestia).
Y puedo seguir con los recuerdos… La sonrisa de Sugrañes diciéndome "Claro que sí", cuando me ofrecieron quedarme y acepté. La marcha de David Mingo (la primera de tantas que vinieron después). Y desde entonces las manazas de Paco Núñez golpeando mi teclado (y sus bromas, y sus consejos, y su amistad, y sí, también su marcha), los comentarios de Mónica, la ironía de Justo, la bondad de Zalvide, los paquetes de Doritos que me arrebataron; el café con leche con menos dos de azúcar. Los "pásalos al 210"; los desesperantes envíos de los corresponsales, siempre a las tantas; la voz de Chacho, al modo de padre de Hamlet que llega desde el fondo de la redacción; el sonido de la impresora; el armario de chuches de Deportes; los cambios y las escaleras de Sambell; los diseños de Rodolfo; las críticas de cine de Mili; los ‘Maricebolla’ de la ‘Mariajo’; los tacones por el pasillo de la redacción; los pellizcos de Carlos; la complicidad de Peinazo (mi redactor jefe ya para siempre); los café a las once; el digital de AnaRo; la melena rubia de Saray; las 40 páginas del suplemento de construcción del Quinichi y luego sus dobles de Tráfico (volumen II); la llegada de Rosa; las coca cola Light de la Gallego; la sonrisa de Ana (y sus gráficos). SantiPonce. El diario de la Gran Vía con sones de Amaral que nos brindó Serradilla. Los cascos de Princesa Leia; las visitas de Yolanda; las patadas a papeleras; los Contro+S+ Intro, el Mac de Fran Info; los ‘tengo miedo’ de Dona, el brillo en los ojos de los fotógrafos. El ‘Hasta mañana’ de Tere, siempre, aunque no trabaje al día siguiente o se vaya de vacaciones. Los goles del recre y los marrones de sucesos; las fotos de la última; la fuente de agua (al fin), los brindis con el alcalde y las visitas solidarias de Barragán; la barba de Helenio, y sus maquetas a lápiz, repletas de breves. El olor a fábrica, a salitre y los colores del atardecer junto a la Ría. El protocolo telefónico de Enrique. Las historias de Sugrañes (que me enseñaron a conocer Huelva) y cada tarde, una tras otra cada noche una tras otra, la ida y vuelta a casa en compañía de Vicente.
Podría seguir con los recuerdos, y sin embargo, es tanto lo que se pierde. Han cabido tantas cosas en tres años, tantas que algunas ya ni las recuerdo. Y lamento no ser una máquina, no tener una memoria de mil gigas para poder tener un registro pormenorizado de todos y cada uno de los segundos que he pasado en esa redacción, infierno y paraíso, puerta del bien y del mal.
Me marcho de donde ya creía que nunca me marcharía. Me voy con un nudo en la garganta, y sin la certeza, las siempre necesarias certezas. Me voy con una foto en la retina, como en La Playa (¿se acuerdan?), ese instante perfecto de carpe diem, de felicidad infinita. Me marcho y me llevo una familia en el bolso de Jordi Labanda. Me marcho y una parte de mí se queda (y no me refiero, sólo, a las toneladas de papeles que aún debo recoger). Me marcho y deseo quedarme, aunque sepa que en el fondo, hago bien en marcharme. Me marcho y automáticamente se genera una nueva sombra, un nuevo fantasma en mi negra espalda del tiempo, de la misma manera que con tan sólo un clic, surgen las páginas en la carpeta de pdf automáticos.
Me marcho y ahora que ya me he marchado, me parece mentira. Me marcho y nunca pensé que sería tan difícil marcharme.
Pero ya está, ya se hizo, al fin cumplo mi sueño y me convierto en una suerte de participante de Gran Hermano, una voz similar a la de Mercedes Milá ya ha comenzado con el ritual: "la puerta de Huelva Información se abre para que salga… Patricia".
Que verdad tan verdadera aquella de que las cosas nunca son como las hubiéramos imaginado. Por más versiones que de ellas tengamos en la cabeza, por más variantes, al final, la realidad siempre nos sorprende. Este post no es como el que soñé.

viernes, octubre 05, 2007

Palabras prestadas

Repetir cada acto querido nos acerca algo más a su término, y lo malo es que también nos acerca no repetirlos, todo viaja lentamente hacia su difuminación en medio de nuestras aceleraciones inútiles y nuestros retrasos ficticios, y sólo la última vez es la última. [Javier Marías]


Hoy es mi último día de trabajo en Huelva Información. Y mis palabras no encuentran voz.

jueves, octubre 04, 2007

Igual que los dinosaurios

Qué puedo decir, excepto que la poderosa tormenta de anoche me despertó en medio de la madrugada. La lluvia caía con tanta fuerza y en tanta cantidad (imaginaba yo en medio de la oscuridad, poco era lo que veía a través de la ventana) que no tuve más remedio que salir de la cama (mi grandiosa cama de 150 como la de papá y mamá) y comprobar que el balcón estaba bien cerrado. Las tuberías rechinaban detrás de los azulejos de mi cuarto de baño y los truenos parecían misiles abujereando el cielo de Huelva. En tales circunstancias no pude evitar pensar en los vecinos de Alcalá de Guadaira, preguntándome si nosotros terminaríamos siendo también zona catastrófica, pensé en mi familia y pensé en el corresponsal de Riotinto que al día siguiente (por hoy) debía ir a Berrocal hacer fotos de un colegio a petición mía. Lo imaginé en su coche con su cámara de fotos digital doméstica en el asiento del copiloto arriesgando su vida mientras se abría paso entre la lluvia. Y por supuesto (mi vena periodística despiadada, siempre alerta) pensé en la carga de trabajo que nos supondría tener un día como estaba resultando la madrugada. Sin olvidar que los bajos de mis pantalones morirían nada más oler la calle.
Sé que en cuestiones del tiempo (con minúsculas) se tiende a olvidar el pasado. Y cada año decimos este es el verano más caluroso, el invierno más frío, la tormenta más grande que he visto jamás... hasta que el experto sonríe desde su guarida de medir tiempo (con minúsculas otras vez) y nos pone los datos por delante para demostrar que ya antes algunos otros pasaron más calor que el que estamos pasando nosotros, o más frío o vieron caer más lluvia que la que nosotros vemos caer ahora a través de la ventana, o más bien intuimos en la madrugada. Y sin embargo, anoche, sentada en mi cama oyendo tronar fuera no pude evitar pensar en ese concepto ya mediático (todo lo absorbe el monstruo) de cambio climático. De cielos cayendo sobre la tierra, de una naturaleza en la que nunca estaremos a salvo.
E imagino otra madrugada que vendrá, con más tormentas con más truenos y relámpagos, con más agua cayendo (y así lo demostrarán, esta vez, también los datos) mientras una voz divina, a penas imperceptible, nos grita: igual que los dinosaurios...