domingo, abril 09, 2006

Tres oseas por el golf (vol. II)


Nada sabe mejor que una patata frita después de una larga jornada de golf. Su crujiente textura y ese delicioso toque que la sal deja en el paladar. Si a eso sumamos una Coca Cola con hielo y con la imprescindible rodaja de limón, estaríamos en situación de decir que eso es el culmen de la felicidad del pijo alemán que se acerca a un hotel cualquiera de El Portil (me abstengo de dar nombres) para pasar su fin de semana, dejando cantidades ingentes de dinero a cambio de llevarse un poco de ese maravilloso sol que solo brilla por aquí, en este culo de Europa o paraíso sureño, según se mire.

Dicho esto, añado que el sábado pasado tuve la oportunidad de experimentar esa sencilla felicidad: las burbujas alimonadas de mi Cola mezclándose con la sal de las patatas fritas (las mejores); un placer hasta ahora vetado para mí, y que por azar se me presentó en forma de mail en la bandeja de entrada de mi correo electrónico. Tecleé mi nombre y se lo devolví al remitente. Listo. Ya formaba parte de la privilegiada lista de chicos y chicas Joly que iríamos a jugar al golf por cortesía de idem.
Así que allí estaba yo, rodeada de personajes que parecían haber sido sacados de Match Point (gente guapa, rica y con suerte) que empujaban sus carritos con todas las clases habidas y por haber de palos de golf, y que hablaban riendo, con el sol frunciendo un poco sus miradas en ese estado de felicidad absoluta, que por fortuna, a todos nos roza alguna vez, quizás no en un campo de golf, pero sí en un café, sentados en el banco de un parque, en el aula de la facultad, corriendo por el Boulevard Saint Michel para no perder el Noctambus, incluso en la redacción de un periódico...

Fue un grupo totalmente heterogéneo el que finalmente se presentó en las instalaciones golfistas del hotel, y tal vez, esa inusitada variedad fue la que propició que la jornada fuera de risas, de fallos, de concentraciones, de juegos, de parejas, de banderines, de pequeñas pelotas blancas (sí, rateé una, y la vergüenza llegó a mi vida cuando al final el propio hotel tenía unas cuantas nuevas reservadas para regalárnoslas) y finalmente, de vencedores y vencidos.
Cuando a las 9.05 de la mañana, Fran info me recogió con su flamante coche en la mismísima puerta de mi casa, no pensé nunca que el día sería tan estupendo. No pensé que podría ser feliz con aquella felicidad prestada de alemanes adinerados que parecen no tener otra cosa mejor que pasearse por nuestras costas (uy, que xenofóbico me ha quedado esto) y sin embargo así fue. Aprendí a saborear el regusto que el salado de la patata frita te deja en la boca tras el primer sorbo de Coca, sentí el peso de la pelota de golf, y la sensación maravillosa de verla volar (cuando consigues darle, algo que no es tan fácil como parece) lejana y libre sobre un césped verde, que te quiero verde, para finalmente verla caer, lejos, muy lejos...

Cuando escribí el título del vol.I, pensaba que mi día de golf, mi primer día de golf, sería algo tonto que propiciaría un post a lo Pocholo y Borja Mari, sin embargo, ahora veo las cosas tras el serio cristal de la experiencia. Con todo, no me quedaré con las ganas de finalizar diciendo, tal y como tenía pensado, aunque ahora con más respeto: "Chicos, tres oseas por el golf. ¡Osea, osea, osea!"

1 comentario:

Anónimo dijo...

A ver: el golf es un invento para sacarle dinero a los turistas y un negocio muy lucrativo para una élite 'Burberry'. Pero, ¿tenemos algún campeón español que se mantenga verdaderamente en la elite? Sergio García anda arrastrándose por esos campos de Dios y el Jiménez tiene pinta de chulo-putas. Te recomiendo una sesión de básket con nueve fornidos hombres sudorosos y música de rap de fondo. No hay nada mejor. Y, si quieres, podemos añadir patatitas frititas con coca-colita. España, campeona del mundo en Saitama con Gasol, Navarro y Garbajosa. He dicho.