El castillo de irás y no volverás donde habita mi príncipe salvador de largas pestañas, pómulos perfectos y afiladas cejas, se encuentra en el corazón del conocido reino de Gonzalo Bilbao, ilustre pintor sevillano, que invito a ser redescubierto en el siempre poco ponderado Museo de Bellas Artes de Sevilla, y por el que vagué [por su reino, digo] durante cuatro hermosos años. Ahora, casi siempre mis incursiones por este territorio, también oscuro en cierto modo, son de una índole diferente, aunque confieso que como si de una superposición de tiempos se tratara, a veces he contemplado de soslayo aquel viejo y coqueto merendero al que no puedo regresar a no ser en compañía de ciertas personalidades del mundo periodístico actual.
Todo esto para explicar que no ha sido hasta hoy que no me he percatado de una ausencia.
Crucé hasta la acera indicada y avancé Calle Arroyo arriba con la ilusión de que de un momento a otro aparecería ante mis ojos. Avancé con el irreprimible deseo de sumergirme de lleno en aquel espacio y viajar en el tiempo y recordar y sonreirme e incluso comprar algo. Pero no ha habido suerte. Hace a penas media hora que he recorrido diez veces ese lado indicado de la calle sin darme de bruces, por más que lo he deseado, con el escaparate de la Librería Pedro Crespo. Simplemente, no está.
Y ahora viene la segunda triste parte: en su lugar, una tienda de complementos y ropa de tres al cuarto, que ni con toda la imaginación del mundo deja entrever que aquello pudo ser un espacio habitado por libros. Pero sí lo fue. Los tres escalones de la puerta que hay que bajar o subir [según se entre o se salga] no dejan lugar a dudas. Yo lo he hecho. Los he bajado primero, he dado una vuelta por entre los pasillos de perchas repletas de ropa barata, intentado recordar los ojillos de librero de nuestro Pedro Crespo, y los he subido después para marcharme cabizbaja de aquel lugar en el que una vez adquirí el entrañable tipometro.
No sé lo que ha pasado. Desconozco qué mezquino torbellino de circunstancias arrastró la libreria periodística por excelencia hasta la amarga espalda del tiempo. Pero es que tampoco quiero saber.
Que la tierra le sea leve.