jueves, marzo 29, 2007

Exclusiva

“Bueno, bueno, mari, lo que tengo que contarte…” Así podría comenzar este nuevo post de jueves de descanso y desayuno en el Oh La lá. La noche del miércoles no solo me deparó un capítulo estupendo de mis Hombres de Paco, también una madrugada de dulce sueño. Y sin que pretenda abusar de vuestra paciencia lectora no tengo más remedio que explicar que el caballero con el que compartí la experiencia no podía ser otro que el mismísimo Javier Marías (JÁ! Que levanten la mano aquellos que pensaban que se trataba de Lucas).
Sí. Señores y señoras, anoche soñé con mi escritor fetiche y tengo que decir que si no es la primera vez que lo hago (no recuerdo bien), al menos sí la primera que retengo una idea muy clara de lo que sucedió, de lo que hablamos.
La cosa transcurría en una especie de pequeño pueblo de casas de piedra. Yo llegaba a una cafetería, y allí mismo, para mi sorpresa, hermoseaba mi querido Marías. Por una extraña razón, gracias (creo) a la mediación del camarero, mi apuesto caballero oxforiano y yo terminábamos juntos en una mesita, en plena entrevista.
Y es genial (me he levantado muy optimista), porque yo le preguntaba sobre su obra, sobre el Tiempo y él respondía amablemente con un brillo muy especial en sus encantadores ojos rasgados. Y lo mejor, ya les digo, es que lo recuerdo todo muy bien. Quizá no sea capaz de reproducir el diálogo completo, pero sí la sensación que me producía estar con él, compartiendo café y palabras. “Tus obras son representaciones de una misma historia verdad?”, le decía yo, o algo por el estilo. “Por supuesto”, me respondía él. “¿Temes al Tiempo?”, le lanzaba en algún otro momento. “Claro, al Tiempo hay que temerle. Nos mira directamente a los ojos, hay que estar muy atentos”, me decía con voz misteriosa y acerándose mucho a mí, tanto que su rostro se difuminaba ante mis ojos.
Para ser totalmente sincera, tengo que añadir que no faltaron en mi sueño, esos elementos surrealistas, inexplicables y algo desconcertantes, propios de estos lares. Por ejemplo, el aspecto de mi Javier Marías no era exactamente el mismo que el de mi Javier Marías. Al menos, no a medida que avanzaba nuestra inusitada entrevista. De esta forma, hubo un momento en el que descubrí, para mi asombro, que tenía los ojos muy azules, que llevaba gafas (algo que creo, más allá de mi sueño, no es así). Descubrí que su pelo tenía un extraño tono rubio (muy feo). Y finalmente, me percataba, para mi desconsuelo, que era terriblemente afeminado (por favor, no se rían). Con todo, resultó un momento muy especial, mágico, cargado de emoción.
La despedida no la recuerdo. Creo que yo me marchaba, no sin antes llevarme mi mp3 naranjita donde lo había registrado todo… Y nada más.


Por la mañana, lo primero que he hecho es buscar entre los archivos de naranjito II… pero no hay rastro de la charla, así que me he sentido un poco como Judy Foster en Contact. Sin pruebas para demostrar su magnífica experiencia. Sin consuelo.
Lo único que me queda, ya que estamos en Semana Santa, es tener un poco de fe y seguir soñando despierta a que llegue esa entrevista en exclusiva. Hasta entonces, me mantendré alerta cada vez que salga a tomar café. Nunca se sabe lo que a uno le puede deparar el día.

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