viernes, marzo 31, 2006

En ocasiones veo jefes

A Justo, por el título
Desde que hace prácticamente dos años entré a formar parte de la gran familia de H.I., he dejado de ser en un 30 por ciento, la chica alegre y despreocupada que solía ser (tranquilidad pueblos del mundo, aún me queda el 70 por ciento). Repleta de dudas existencialistas e intentos de suicidio frustrados, lo reconozco, pero me consideraba feliz, al menos en un grado diferente al de ahora. La de entonces era una felicidad más ingenua y sana; hoy, cuando llega, es más trabajada y efímera.
Bien. Hasta aquí de acuerdo.
Caminaba yo por la calle, por una calle cualquiera de la capital, focalizando la enorme (literalmente) fuente de mis problemas actuales y estresantes, a saber, aquel del que no podemos hablar. Concentraba toda mi ira en su imagen; inventaba situaciones en las que yo terminaba por rebelarme y le insultaba. Todo eso, cuando de repente, al pasar por una tienda de muebles, una sombra llamó mi atención. Giro la cabeza, y me lo encuentro allí. Al otro lado del escaparate. En pie, alto, grande, más derecho que una vela, mirándome con ojos severos. Aquel del que no podemos hablar se estaba comprando un sofá. Sin embargo su actitud no era la propia para tal circunstancia. No estaba hablando con ningún dependiente, ni con la mirada curiosa sobre alguna tapicería. Simplemente estaba allí de pie, en una situación casi surrealista, rodeado de sillones, pero ajeno a ellos; mirándome. Como si estuviera allí esperando el instante en el que yo pasara.
Fue precisamente por ese absurdo de la escena que surgió el símil. Y me sentí de repente como un personaje trágico, a lo Shakespeare, al que se le aparecen los muertos reclamando venganza o al que le hablan las estatuas de piedra y sal.
En este caso no sé qué podía reclamarme el cuasi fantasma. Quizás más trabajo, o mejor rendimiento, quizás otra doble para el fin de semana, quizás mi despido voluntario... De cualquier forma, aquí dejo constancia, en este humilde blog, de que es cierto, en ocasiones veo jefes...

Lucas y Sara


Sólo quiero la noche si la aurora
la diluye en azul y rosicler
Lo que mi alma ignora
es lo que quiero poseer.
Fernando Pessoa


¿Por qué es tan hermoso el desamor? ¿Por qué late dentro de nosotros como un corazón vivo cuando precisamente está despedazado, hecho añicos? Fue Serrat (el adorable) quien formuló la clave, tan exacta como las matemáticas, tan clara como la lógica, A implica B. Con aquella Lucía que dio nombre al 40 por ciento de las niñas que nacieron entonces y que aún hoy continuan naciendo, el cantautor catalán por antonomasia, lo dejó todo dicho: No hay nada más bello, que lo que nunca he tenido, nada más amado que lo que perdí...
Y aún así, qué extraño verdad? Qué raro, raro, raro (a lo Papuchi) que nuestro interior se encoja ante las oportunidades perdidas. ¿Acaso no amamos ahora? ¿Acaso no hay decenas, cientos, miles de hombres y mujeres dispuestos a amarnos? ¿Por qué nos empeñamos entonces por aquel joven de perfiladas cejas al que hace año que no tocamos y por el que sin embargo hoy volveríamos a dejarlo todo?
Y no quiero que olviden a Meryl Streep de copiloto en la 'partner' de su marido, en un día de lluvia. Sujeta con fuerza el mecanismo de apertura del coche (es que esa palanca no tiene nombre???). El pulso tembloroso, y la duda shakespeariana rebotándole en la cabeza: ¿abrir o no abrir? ¿Escapar de su vida de esposa perfecta?
Clint Eastwood que en esta maravillosa película ejerce de tentación, va en otro vehículo, justo delante, y le envía una señal, una invitación a subir a su coche que sólo ella percibe. Y mantiene la mano en el pomo? de la puerta, y el pulso le tiembla cada vez más, y le tiembla el rostro de contener el llanto, y trata de decidir, trata de escuchar su corazón, pero al final vence la razón. Se impone la responsabilidad, el deber y Clint se marcha para no regresar jamás.
Lo que realmente hace esta escena maravillosa, lo que realmente la convierte en tan sobrecogedora es precisamente que ella se quede en el coche, que no lo abandone todo, ni se entregue a la lluvia para marcharse con ese 'amor de su vida' que se ha presentado algo tarde.
El momento es más valioso porque Clint (su personaje, se entiende) pasa automáticamente a ese terreno de lo que pudo haber sido y no fue; pasa a vagar por la amarga espalda del tiempo, ese desierto en el que seguro todos tenemos a alguien.
Para terminar, y para justificar el título, diré que Lucas y Sara son dos personajes de 'Los hombres de Paco'. Divertida serie de Antena 3, a la que ya puedo decir que estoy irremediable y oficialmente enganchada.
Lucas es mayor que Sara, y además ésta es la hija del jefe de Lucas. Por el momento, aunque hay verdadero amor de por medio, los guionistas deciden que Lucas y Sara no pueden estar juntos. Y eso es lo maravilloso...
pd. Quien no la haya visto, que lo vea porque Lucas está de muerte.

jueves, marzo 30, 2006

Luz tú

Luz vertical,
luz tú;
alta luz tú,
luz oro;
luz vibrante,
luz tú.

Y yo la negra, ciega, sorda, muda sombra horizontal.

Juan Ramón Jiménez

¿No es maravillosa la poesía?

miércoles, marzo 29, 2006

Aviso para navegantes

De ahora en adelante mi afán desenfrenado por escribir me lleva a hacerlo directamente sobre el blog, sin lecturas previas a la publicación, ni repasos del último momento (os he dicho que nunca he releído un examen antes de entregarlo? es mi condición... dijo el escorpión). En fin, amado lector, que disculpome de ante mano por las faltas que sin duda cometeré.
Merci de votre compréhension.

martes, marzo 28, 2006

El profesor de Literatura

... Y te mira como si acabara de inventar la mirada
Señas de Identidad, Juan Goytisolo
Ella sonríe jovial al final de la clase. No hay preocupaciones en su rostro; no hay sombras en su mirada; no hay dudas en su conciencia. Vive un tiempo de certezas que la llevan a ese estado de tranquilidad casi absoluta. Sus compañeros, como ella, sonríen, comentan, critican, bromean, juegan incluso, en ese oasis temporal que es el cambio de hora. Esos placenteros minutos que tardan los profesores en darse el relevo.
Al otro lado del pasillo camina silencioso el profesor de Literatura. Avanza entre el bullicio de estudiantes, ajeno al ir y venir de apuntes y fotocopias; de fechas para los exámenes y de planes para el recreo. Lleva un libro en la mano. No muy grueso. Una edición de bolsillo de pastas negras. Camina despacio, algo abatido. El trabajo se acumula en el departamento y cada día es más difícil enfrentarse a la indiferencia de treinta adolescentes. En su mirada sí hay sombras; sí hay dudas en su conciencia. Y de su torrente de certezas a penas queda un puñado de éstas, que, además, comienzan a tambalearse.
Deja atrás el pasillo principal y gira a la izquierda.
El aula C está al fondo, junto al gran ventanal. El bullicio de la clase llega cada vez más alto; pero no consigue perturbar su tranquilo paso. Mira el reloj. Las diez en punto; todavía queda una larga jornada por delante.
Alcanza al fin su destino, y distingue entre el ruido de treinta jóvenes su risa, la de ella. Un poco nervioso se cuela en el interior del aula. Podría decirse que la bulla sólo cesó un grado. No era Literatura la asignatura que esperaban, y eso, de alguna forma, restaba potestad al profesor. Los estudiantes permanecieron en pie, y así lo harían hasta que no entrara el legítimo señor de la siguiente clase, el profe de Historia. Tan sólo un estudiante quedó, entonce, en silencio, y ahora aguarda inquieta el próximo movimiento del profesor que la observa desde lejos. Sí, la observa a ella. A ti, le dice una voz en su interior.
Es aquella chica de la que hablábamos al principio; la que reía despreocupada y que sin embargo ahora permanece callada, seria, tratando de aparentar quizás cierta madurez. Ella sabe que no es una obligación docente la que lo trae a clase, y por eso su corazón se ha acelerado más que la última vez, más que nunca en su vida.
El resto ajetreado permanece ajeno al cruce de miradas que acaba de surgir entre los dos.
El profesor avanza hacia su mesa y la alumna se endereza; sonríe, le sonríe. Sus ojos verdes se aclaran un poco más, y él vuelve a sentir de nuevo una ilusión que se despliega dentro, en lo más profundo de su ser, hermosa y dolorosa a la par. Se hubiera cambiado sin dudarlo por uno de aquellos proyectos despistados y algo brutos, por los que su alumna, sin embargo, nunca se hubiera sentido atraída.
Buenas, dijo él cuando ya estaba lo suficientemente cerca.
Hola, contestó ella.
Te he traído el libro del que te hablé; no puedes quejarte, reparto a domicilio... bromeó (quizás para parecer más joven) mientras le tendía el ejemplar.
Ella estiró el brazo y agarró el libro con su mano rozando por un instante la del otro, que aún permanecía allí, sobre el objeto mágico que permitió aquella caricia furtiva. Rápida y eterna.
Retiró su mano y el libro quedó totalmente en poder de la joven. Ambos sonrieron de soslayo, como dos amantes escondidos.
Hasta luego, musitó él, y se marchó sintiendo en su nuca el peso de aquella mirada en la que llevaba meses pensando. Iris a los que temía tanto como deseaba.
El profesor de Literatura, más abatido si cabe, salió al enorme pasillo ya despoblado, ya silencioso. Sabía que nunca estaría tan cerca de ella como acababa de estarlo.
Dentro de la clase, con el orden y el silencio ya imperando, la joven alumna recorrió la oscura cubierta del libro. Su corazón aún latía con fuerza y su imaginación proyectaba una y otra vez en su mente la escena que acababa de vivir. Deseó que el tiempo volara. Deseó salir de esa clase convertida en una mujer. Deseó que fuera posible lo imposible. Y de este mismo deseo surgió la primera sombra. Sus ojos, ahora más oscuros, nunca volverían a desvelarse como lo hicieran aquella vez ante su profesor de Literatura.

lunes, marzo 27, 2006

Una tregua en cuarentena, y no sólo eso

Hoy los cielos y la tierra me sonríen hoy llega al fondo de mi alma el sol, hoy Eta ha anunciado un alto al fuego, hoy creo en Dios... siempre que una noticia me alegra especialmente el día, recurro a esos maravillosos versos de Bécquer que, dicho sea de paso, se adaptan a todas las situaciones a la perfección; como si nuestro querido poeta sevillano (delante de cuyo retrato tantas veces me he inclinado) hubiera creado una métrica mágica, ya saben, como aquellos guantes minúsculos pero mágicos que se estiraban hasta dar abrigo a cualquier mano, ya sea de pianista como las de mi alma gemela, o gruesas y trabajadas, como las de mi amado padre.Hasta el próximo terremoto, que diría Saramago.


pd. Usted lector, que siempre es listo, se habrá percatado de que fue hace días y no hoy, cuando la banda terrorista anunció la ansiada tregua? Lo sé y lo tengo presente. Pero me he permitido el lujo de comenzar este blog con el apunte que aquel día dejé en mi agenda. Una costumbre esa la de recordar fechas y acontecimientos importantes, que marcará lo que de aquí en adelante se publique. Tiempos oscuros son los que me ha tocado vivir, al menos así los veo tras el ajado cristal de mis lentes con montura verde... si algo me enseñó Gandalf, un personaje al que conocí gracias a otra persona, que bien podría ser personaje, nadie elige lo que le toca vivir, pero sí la manera de enfrentarse a ello. Tómese este nuevo blog, como mi particular espada contra mi tiempo, contra nuestros tiempos, al fin y al cabo, hace unos años yo misma escribí que las palabras eran mi forma de enfrentarme al mundo. Que así sea. Bienvenidos...