viernes, junio 30, 2006

Momentos redondos...

El miércoles tuve un curioso dèjá vu...
Salí tarde del periódico, como de costumbre, especialmente esos días en los que por algún motivo especial quiero salir temprano. Aquel día mi motivo especial era Lucas. Sí, sí, el de Los hombres de Paco.
Entré por la puerta de mi coqueto piso, sito en la Plaza Niña, a eso de las once de la noche, es decir, con el capítulo ya empezado. Mi compañera, otra fan de Lucas, aún estaba estudiando. Así que cuando llegué prácticamente nos lanzamos sobre el sofá, pensando si ya nos abríamos perdido alguna escena de las emocionantes, de esas en las que el hombre en cuestión mira como de soslayo, con furia en sus ojos, tan guapo, tan espléndido todo él... único. Cogimos unos cuantos roscos, un poco de queso y algo de paté, y pasamos de prepararnos nada de cenar. Lucas era nuestro alimento aquella noche, el único nutriente que necesitábamos... así que nos limitamos a entregarnos al capítulo que, por cierto, terminó con un to be continued o, más bien, un seguirá... dejándonos hundidas en la porca miseria, pensando que a veces una semana puede ser una eternidad, como lo puede ser una noche, no?
Pasado el sofocón... de vuelta a la cama... me pareció que el momento que acababa de vivir, ya lo había vivido antes, y no me refería a la semana anterior.
Un instante de esos perfectos. De esos en los que nada de lo que sucede fuera de la habitación en la que te encuentras importa, porque tienes todo a tu alcance: la serie o la película que quieres en pantalla, el mando cerca, agua, comida... te acomodas en el sofá o en la cama, y piensas, todo está bien, todo es perfecto.
Yo vivía esas situaciones. Los sábados por la noche, cuando tenía 12 o 13 años, no me acuerdo, y echaban la Doctora Quin. Sí, lo sé. Sé que es una serie algo ñoña, que muchos detestaban, pero a la que yo me enganché vilmente. Y sí, piensan lo correcto, también me enganché a su protagonista. Recuerdo que empezaba a eso de las 21.30 o 22 de la noche, y yo engañaba a la pandilla, diciéndole que tenía toque de queda y que tenía que marcharme del recre (la sala de juegos, lugar de encuentro de los sanos adolescentes que éramos entonces) porque me daba vergüenza decir que volvía a casa para ver una serie. Cosas de la edad.
Llegaba con el tiempo justo. Me iba a la habitación. Y empezaba el ritual. Coger la tele chica del cuarto de mis hermanos para llevarla a mi habitación. La posición adecuada, el ángulo perfecto para que yo pudiera ver la serie sin problemas incorporada en mi cama. Un vaso con agua, y un paquete de patatas de esas light o pasteurizadas o como se diga. La serie comenzaba y el momento era perfecto. Estaba allí, sola, y nada de lo que pudiera estar pasando fuera me importaba...
Por suerte, esto sólo ocurría una vez en semana. Creo que si hubiera tenido un momento diario de aislamiento como ese no hubiera crecido siendo una persona normal...

Adjunto dos fotos: Una de Lucas, que la otra que metí se veía muy mal, y otra del prota de la Doctora Quin, el medio indio... Al final, sólo la de Lucas, que del otro, no encuentro ;(
Anuncio de última hora: gracias a la inestimable colaboración de la pequña Ácates del Puerto he podido reeditar este post con una foto del otro, del de la Doctora Quinn. Gracias.

2 comentarios:

Zarzamora dijo...

Así que era una excusa, eh? Vaya, vaya, y Chiqui y yo mientras tanto retando a la maquinita de los chinos...en fin. El momento perfecto más temprano que recuerdo delante de la tele es a los 7 u 8 años; era un programa de verano en el que participaban países europeos (España entre ellos). Cada equipo lo formaba un grupo numeroso de nacionales y tenían que superar pruebas. Todos los niños de la plazoleta nos íbamos a mi casa y cantábamos animando a España. La verdad es que nos dio pocas satisfacciones, creo que tan solo una vez ganamos, pero aquel momento sentados todos en el suelo, gritando, animando y cantando eran esperados durante toda la semana. Lo ponían en la 1ª (sólo competía con la 2ª) los sábados por la noche, pero no recuerdo el nombre.

Anónimo dijo...

Así me gusta, el querido y amado Sully de la Doctora Quinn no podía quedar descartado. Defender el producto nacional está muy bien, pero esos ojazos azules colocados en una tez morena no podían quedar relegados a no verse. Como puede deducirse, yo tampoco me perdía esa serie... ¡Cuánto luchó la doctora en un mundo machista y cómo iba mejorándose como médica! Je l`adore.